¿Quién soy yo?

Escribir es el asidero al que me aferro para crear, con mi propio estilo, un mundo a imagen y semejanza de mis lecturas; un refugio creativo y anímico.

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¿Quién soy? Aún no lo tengo muy claro del todo, así que tendré que ceñirme a datos objetivos.

     Nací en Bilbao en pleno siglo XX, rodeado de fábricas, gente muy trabajadora y calles sin asfaltar. Estaba destinado a ser uno más de los seres mimetizados con el gris de las fachadas de edificios y los nubarrones constantes en el cielo, pero tuve la suerte de encontrar un portal interdimensional: los libros. Un mundo en el que me sentía cómodo como en ninguna otra parte e infinitamente más agradable que ése tan vulgar en el que había dado en nacer.

     Aunque nadie a mi alrededor poseía el hábito de la lectura, descubrí que las historias que salían de aquellas páginas me ataban y me sorbían el ánimo y el seso; vivía las aventuras que se narraban, compartía los sentimientos de los personajes, sentía una complicidad con quienes escribían esos hechizos mágicos. Así, varias décadas de lectura incansable produjeron en mi espíritu un efecto tan previsible como irreparable: nací a la creación de mis propias historias y personajes, con mi propio estilo. Un re-nacimiento que se convirtió en necesidad.

     Con el discurrir del tiempo y la adquisición de la consiguiente madurez (la adquisición de tragaderas, dicho de otro modo) me vi colocado en medio de esa brecha entre el mundo que pisan mis pies y el mundo que encontraba en las páginas de los libros que pasaban a centenares por mis manos. Ahí empezó a surgir una necesidad de encontrar un asidero para aferrarme a un mundo creado a imagen y semejanza de esos que, quizá impropiamente, llamamos de ficción; un mundo propio a modo de refugio creativo y anímico.

Mi espíritu viajero y desarraigado contribuyó en buena medida a intensificar esa necesidad. El conocimiento de otras culturas, otras gentes, otras visiones de la vida, así como paisajes y ciudades que pasaron de ser información enciclopédica a la percepción de mis sentidos, todo ello dio alas a mi ya de por sí alada imaginación. Y el ansia creciente de conocimientos de historia, de arte, de literatura, o de los protagonistas de la verdadera historia de la humanidad se ha ido acentuando sin descanso a lo largo de los años.

     Las personas, los lugares, las anécdotas, las tradiciones, los disgustos, las experiencias, los obituarios, los conocimientos, las aventuras, el sufrimiento, en fin, todo lo que iba surgiendo en el día a día, todo ello iba a parar al delta de mi ingenio. Todo se acumulaba en el almacén de materiales con los que, desde mi primera novela hasta hoy, construyo mis historias. Historias en las que, por encima de todo, destacan sus habitantes.

     Me veo capaz de ponerme en la piel de una mujer fuerte y decidida, de hoy o de hace tres siglos, porque he crecido y vivido rodeado de mujeres auténticas; o me pongo en el lugar de un hombre del siglo XVIII o de la posguerra, inglés, francés, español o de donde sea, porque la hombría de bien es la misma en cualquier época o lugar, y he sido educado por caballeros y hombres de bien.

     ¡Así que mucho ojo conmigo, que soy un embaucador! Ante una página en blanco me vuelvo un tipo de cuidado, un mentiroso capaz de inventarme las trolas más inverosímiles con tal de que sean hermosas y os las creáis. Para demostrarlo, está el apartado con la relación de novelas y otras fechorías que he perpetrado para regocijo de espíritus sensibles y lectoras cómplices. Luego no digáis que no os lo he advertido.