febrero 23, 2021
por Sin Comentarios

Mi primera novela terminada, Las lágrimas de Eurídice, fue publicada previamente con el execrable título de Viento de guerra. A pesar de tamaño baldón, y llevado por el ímpetu propio de un autor primerizo, traté de dar a conocer al mundo esta mi primera publicación por todos los medios posibles.

Así, en un alarde de osadía, cualidad que de ningún modo me caracteriza, pero que me asalta de vez en cuando en forma de ramalazo, hice llegar un ejemplar del libro a un renombrado académico de la lengua, a modo de humilde tributo compensatorio por los agradables momentos pasados con algunas de sus páginas.

El acuse de recibo se realizó con posterioridad a su lectura. Y de esta guisa:

Entiendo que le honra sobradamente el detalle de haberse tomado la molestia de tomar papel y pluma para estampar unas líneas de agradecimiento por el envío, puesto que podía haber prescindido totalmente de hacerlo, como seguramente hubieran obrado otros muchos. De hecho, yo no esperaba en modo alguno recibir un envío semejante, con un cumplido muy suyo: «lo he disfrutado como un gorrino en un maizal».

En todo caso, dejo constancia del asunto por si esta inusitada crítica pudiera servir de referencia a futuros lectores de estas aventuras decimonónicas.

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